martes, 27 de octubre de 2020

¿Oyes la llamada?

Si, mi pequeña meiga, nos adentramos en la oscuridad. Cada gota de tu sangre se inquieta cuando el sol muere cada día en el horizonte. Los robles se despojan de sus hojas, liberándose de su carga, su savia baja hasta las raíces en la oscuridad y profundidad de la tierra, al igual que el roble te despojas del exceso de luz, del exceso de todo lo que arrastras y no te deja sumergirte en la reparadora y sanadora oscuridad. Es momento de caer, de regocijarnos en el vientre de la tierra, donde solo el alma importa, donde miramos a la muerte, a la promesa de vida y al ciclo eterno a la cara. Los vientos del otoño soplan fríos, llevándose todo rastro de verano, trayendo las lluvias que empapan abundante y armoniosamente la tierra que se nutre para parir la última cosecha y entrar en el letargo del invierno. Renaces en cada otoño, despiertas en cada Samhaín, tu despiertas en la muerte consciente de la tierra, caminas con paso firme entre los mundos, con los pies helados y el corazón ardiendo. Las noches de otoño están llenas de espíritus, desde desencarnados a elementales, una brisa en tu oído, un roce en tu pelo, una voz perdida en el pasillo, un olor, un escalofrío y sabes que están contigo, tus sueños se convierten cada noche en contactos con tus ancestros, ellos te visitan, escúchalos, solo queda la verdad cruda y desnuda en ti, ante mí, la libertad se viste de hojas caídas de los robles del bosque sagrado. No podemos evitar la oscuridad, no podemos temer a nuestra oscuridad, abraza a tu sombra y acepta que solo en ella encontrarás el nacimiento de todo lo que existe, de la verdad y la libertad. No olvides nunca que tu alma es eterna, salvaje y libre, no la encadenes. Zeltía La Loba.Copyright© *Imagen: La danse macabre de Camille Saint-Saens.

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