La luna se alzo, grande, luminosa, magnífica, llameante en el crepúsculo. Arriba, muy arriba se levantó sobre la celosía del robledal. Allí estaba yo, en medio del sagrado bosque, conectada alto cielo y a la profunda tierra. Y surgió la voz en el viento:
“Tú que tienes los ojos en llamas y que caminas sobre los pasos de tus antepasados, tú que guardas los misterios, tú que portas las semillas de las estrellas, ahora canta, ahora baila, regodeate en el éxtasis, pues no hay mayor ofrenda a los Dioses.”
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